jueves, 28 de julio de 2016

Reseña de "Economia per a un futur sostenible", de Vicent Cucarella



Hace quizá un par de meses Vicent Cucarella me hizo llegar este librito a través de su editora, la Editorial Bromera.

Vicent Cucarella es profesor de economía, asociado a la Universidad de Valencia, y desde hace pocas semanas es el Síndico de Cuentas de la Comunidad Valenciana. El ascenso de Vicent a un cargo de tal responsabilidad es un signo de los progresivos cambios en la sensibilidad colectiva sobre los grandes retos que tiene la Humanidad, particularmente porque el libro que comentaré hoy es un ensayo sobre los fundamentos de la economía, sobre los problemas de sostenibilidad que generan los errores de concepto de las corrientes clásicas de pensamiento clásico, y sobre el decrecimiento como fenómeno inevitable pero al tiempo una oportunidad.

De pequeño formato y letra muy legible, y con un estilo muy ligero y didáctico, las poco más de 200 páginas del libro pueden ser devoradas, y con gran provecho, en una tarde de verano. El objetivo más o menos declarado del libro es impartir un pequeño curso sobre fundamentos de economía, teniendo en cuento aspectos que sabemos que son cada vez más importante pero que son desdeñados por las corrientes actualmente dominantes en las escuelas de economía: el agotamiento de los recursos, el límite de biocapacidad de la biosfera, los riesgos ambientales, la amenaza de la pérdida de biodiversidad... Todo ello entra de manera muy natural en un discurso que comienza con los conceptos básicos y tradicionales de la economía y que evoluciona de manera muy lógica, muy consecuente, a considerar estos aspectos.

Para hacer el libro más digerible para el lector más joven y menos proclive al estudio, el ensayo se estructura como una serie de conversaciones de un joven estudiante de bachillerato con una profesora de economía, amiga de su familia, y ocasionalmente con su marido (el cual es oportunamente físico de  profesión, lo cual permite convenientemente introducir el punto de vista de las ciencias naturales en el punto central de la discusión). El lector puede identificarse con el joven estudiante, lego en todas esas materias pero lleno de sana curiosidad y entusiasmo juvenil;  y la estructura del libro como una sucesión de conversaciones (un poco inverosímil, pero recurso aceptable para la presentación gradual de los conceptos requeridos), con el hilo conductor de situaciones cotidianas y el subrelato del día a día de nuestro estudiante en vacaciones de verano, ayuda a esponjar el texto y a hacerlo muy ameno y cómodo de leer.

La manera de introducir los conceptos es muy sencilla, sin entrar en formulismos y evitando la proliferación de jerga, con tan sólo un puñado de términos clave introducidos a lo largo de todo el texto. Contribuye mucho a la legibilidad del texto que cada concepto estándar que es introducido se marca en negrita; y para acabar de ayudar al lector profano que quiere consolidar sus ideas, en cada instancia ulterior o posterior en la cual se menciona un determinado concepto se recuerda en qué página fue definido. En todo caso, la mayoría de los conceptos son muy básicos y toda la gente de cierta edad ya los ha oído más de una vez en su vida, con lo que el libro también contribuye a clarificar algunas confusiones comunes, al explicar qué es cada cosa de manera sintética, con la ayuda de ejemplos simples y cotidianos, y en lenguaje muy llano.

El libro, escrito en valenciano, es realmente una pequeña joya que merece ser regalado a ese pariente que demuestra un poco de interés sobre estos temas pero que nunca se tragaría un solo post de este blog. Sería muy interesante verlo traducido a otros idiomas.

miércoles, 20 de julio de 2016

El temor al colapso



Queridos lectores,

Parafraseando a Karl Marx, se podría decir que un fantasma recorre Europa estos días, aunque en puridad no es sólo Europa lo que está siendo recorrida por un espectro desasosegante que hace que se le erice el vello a más de uno, a veces sin saber muy bien el por qué. Desde los atentados en París en noviembre pasado Europa ha vivido en un estado de excepción más o menos permanente (yo estuve en Bruselas dos semanas después de la tragedia del Bataclan y era bastante impresionante ver cómo el ejército había tomado las calles). A pesar de la creciente represión policial en casa y el (presumido) incremento de la actividad bélica fuera (en Siria, pero no sólo en Siria), el goteo de atentados en suelo europeo no cesa; en los últimos meses los dos más importantes han sido el ataque del aeropuerto de Bruselas en marzo y el masivo y brutal atropellamiento de hace unos días en Niza. Estos atentados masivos son acompañados por otros menos masivos (como el acuchillamiento de varias personas en Grafing el pasado mes de mayo o en Wüzburg hace unos días, ambos en Alemania, o en Garde-Colombe en Francia) pero no por ello menos inquietantes porque dan a entender que hay mucha gente capaz y deseosa de matar. Con todo, lo más terrible de estos atentados es la insólita pero unánime certeza del ciudadano de a pie de que por fuerza han de venir más; de que lo que ha pasado es sólo el preámbulo de otros eventos similares o incluso más terribles por venir. De ahí ese desasosiego compartido, ese escalofrío que recorre la espalda y pasa de ciudadano en ciudadano, como el espectro que mencionábamos: hay una cierta conciencia y un insensible consenso en que de alguna manera estos eventos terribles no sólo han venido para quedarse, sino que todos comenzamos a temer que pueden hacerse más frecuentes en un futuro próximo.

Sería muy fácil atribuir ese malestar, esa incertidumbre espantosa de no saber si la próxima vez que algo reviente afectará a los más allegados, a la guerra que de manera más o menos declarada Occidente parece estar librando contra el Estado Islámico, ejemplificada (aunque no sea su único frente) en la denominada guerra de Siria. Ya hemos comentado que la aventura del Califato Islámico en la tierra de nadie entre Siria e Irak podría terminar rápidamente si realmente hubiera voluntad de hacerlo. Al fin y al cabo, ISIS financia los enormes costes de su guerra convencional en la parte noroccidental del Creciente Fértil con la venta del petróleo y la compra de armas, el comercio de los cuales se hace mayoritariamente gracias a una quilométrica columna de camiones que pasa a través de un paso fronterizo con Turquía. Esa línea de aprovisionamiento sería presa fácil de los países que dicen combatir a ISIS si realmente quisieran acabar con el Estado Islámico (recuerden cómo acabó un caza ruso que osó atacar esa columna). La triste realidad es que la guerra de Siria sirve para darle cuerpo a algo más complicado que se está fraguando en Occidente, una suerte de guerra civil difusa en el que los contendientes aún no se han identificado plenamente a sí mismos. Resulta, una vez más, un espectáculo grotesco ver que como respuesta a la masacre que un ciudadano francés ha perpetrado con algo tan prosaico como es un camión, matando a más de ochenta compatriotas, una de las respuestas que ha dado el gobierno galo sea anunciar un recrudecimiento de su actividad bélica en Siria. Y también significativo el multitudinario abucheo al primer ministro francés Manuel Valls, odiado por la reforma laboral impuesta a golpe de decreto en el parlamento y de porra en la calle, durante el minuto de silencio en honor de las víctimas.

No nos gusta aceptarlo, pero lo cierto es que, en el momento en que las potencias decidan poner punto final a la farsa de la guerra en Siria, el peligro de un atentado de proximidad, perpetrado por el vecino con el que cruzas por la calle o incluso en el descansillo, no se habrá terminado; al contrario, todos somos conscientes de que el hundimiento final del Califato catapultará a tantos desesperados, incapaces de aceptar la desaparición de su última esperanza de una vindicación, de una mejora de su vida, de una salida a su malestar y a su exclusión social. Queremos creer que el problema proviene, total o mayoritariamente, de una "radicalización islámica", y pasamos de puntillas sobre el trasfondo de exclusión social de los asesinos, como si ésa fuese una condición aprovechada por los integristas y no la razón principal de los problemas.

Ese discurso banalizante del integrismo islámico ha querido también utilizarse para explicar el incremento de tiroteos y altercados en los EE.UU. durante el último año, pero los últimos eventos en ese país cuadran mal con ese patrón. En realidad lo que vemos es esa clase media norteamericana que naufraga en sus microeconomías del día a día, en medio de tanta fanfarria de estadísticas infladas que aseguran que la macroeconomía del gigante americano avanza viento en popa. Esa clase media que está harta de la marginación y de la indisimulada coerción policial constante, sobre todo sobre la población excluida y a excluir. Es esa misma clase media con un roto sueño americano la que apuesta por una ruptura con todo, percibiendo que ya poco tienen que perder, y que auparon a Donald Trump a la candidatura del Partido Republicano y que podrían acabar dándole la presidencia de su país. Es ese mismo temor creciente de la clase media británica el que ha propiciado el resultado del referéndum en el Reino Unido, desfavorable a la permanencia de ese país en la Unión Europea. Es ese malestar que va avanzando por toda Europa, a veces apoyándose en el chivo expiatorio de la inmigración y la xenofobia, pero que no es más que las plasmación del miedo de la clase media a su hundimiento. En los extremos norte y sur de la parte oriental del Viejo Continente encontramos ese mismo fenómeno, en sus dos extremos, también, sociales

En el norte encontramos un país hacia donde nadie mira ahora mismo, pero que está atravesando una situación económica y hasta política cada vez más delicada: Noruega. El declive progresivo de la producción de petróleo noruego (que comenzó con el cambio de siglo), unido a los bajos precios actuales de esta materia prima han causado un gran quebranto no sólo en las cuentas de la principal empresa petrolera noruega, Statoil, sino en las arcas de ese Estado. La gran incertidumbre sobre los precios futuros del petróleo (a corto plazo, por la concurrencia de factores que lo empujan en direcciones contradictorias; a más largo plazo, por la inevitable volatilidad que caracterizará el precio del petróleo en los próximos años) están sentando las bases para que un populismo de nuevo cuño se asiente en Noruega con la promesa de devolver a sus clases medias el relumbrón de décadas pasadas que ya no ha de volver por razones prosaicas, pura geología y termodinámica. Noruega, país tan alabado y admirado por sus políticas sociales, no parece que pueda escapar de la bancarrota petrolífera que atenaza a cualquier otro país productor.

En el extremo opuesto del mapa nos encontramos con Turquía, país que hace pocos días sufrió un frustrado intento de golpe de Estado. Deberíamos decir "afortunadamente frustrado", pero prácticamente sin solución de continuidad la prensa de esta parte del mundo se ha lanzado a denunciar las represalias que el presidente Erdogan (otrora denominado "islamista moderado") ha tomado para depurar responsabilidades y, ciertamente en realidad, avanzar hacia un Estado de corte cada vez más autoritario que parece desear. No es ese creciente autoritarismo turco algo nocionalmente muy diferente de lo que está pasando en el resto de Europa; es simplemente que el presidente turco es menos sofisticado que sus homólogos de este lado del Bósforo y juega sus cartas más abiertamente. En particular, el presidente Erdogan ha dejado claro que su prioridad ya no es el ingreso en la UE desde el momento que está considerando reinstaurar la pena de muerte (este gesto no es inocente: él es perfectamente consciente de que la UE nunca aceptaría el ingreso de un país que ejecuta a sus presos, y Europa debería tomar buena nota de la previsible reconfiguración de uno de los frentes de la guerra que se libra en el Próximo Oriente). Pero volviendo al fracaso del golpe de estado, ha sido el pueblo turco el que mayoritariamente lo ha abortado, saliendo a la calle y pagando con ello su tributo de vidas inocentes. Esos jóvenes turcos, que mayoritariamente sueñan con vivir una vida como les venden las televisiones que es el paraíso occidental, han salido a defender a su presidente islamista y con derivas autoritarias y posiblemente megalomaníacas frente a unos militares que históricamente se han considerado a sí mismos garantes del carácter laico del Estado turco y del espíritu modernizador del padre de la patria, Mustafá Kemal Ataturk. Si masivamente los turcos no han permitido al ejército deponer a Erdogan, pagando para ello incluso con sus vidas, es porque perciben que volver a lo de siempre, al BAU, no es garantía más que de continuar con el declive social,


Por tanto, el trasfondo verdadero y el hilo conductor de lo que está pasando, en Europa y en Occidente, es el creciente miedo de la clase media ante el colapso que viene; es la reacción a la congoja que siente al oír los chasquidos y crujidos de un andamio social cada vez más frágil. Los atentados, las revueltas, las manifestaciones, la defensa a muerte de un protodictador, son los golpes a tontas y a ciegas de los desesperados que no se resignan a caer en la Gran Exclusión y que las más de las veces sólo aciertan a golpear a los cercanos, a los que si aún no están excluidos podrían estarlo en no tantos años. Una parte nada despreciable de la población nota hace tiempo que está cayendo, sin que nadie sepa o pueda parar su caída, y en su angustia actúan con histeria ciega, como la persona que ahogándose en el mar puede acabar ahogando a su rescatador.

No está de más repetirlo aquí, una vez más: la producción de petróleo crudo llegó a su máximo en 2005, y contando con los hidrocarburos líquidos con los que hemos mediocremente intentado compensar esta caída parece haber llegado a su máximo definitivo en 2015. El carbón y el uranio parecen estar en una situación similar, y no falta mucho para que lo mismo le ocurra al gas natural. Aún cuando el suministro de energía es y seguirá siendo por muchos años grandioso, ya no va a crecer más, sino que va ir menguando progresivamente. Y eso no permite seguir creciendo y eso, en nuestro sistema económico que nuestros zelotes y nuestros expertos se niegan a cuestionar, nos lleva a una crisis económica que no acabará nunca. De estas nociones, básicas y un tanto abstractas, se derivan ésas otras, mucho más concretas y dolorosas. ¿No lo ven? ¿No entienden qué está pasando? Son seres humanos que sufren y que arrebatados por su rabia golpean contra otros que son sus semejantes. Esto es el colapso, esto es el hundimiento; un proceso de velocidad insensible pero con efectos dolorosos, que deja por rastro humanos hechos jirones.


En realidad, quienes más miedo tienen al colapso son aquellos que niegan que éste sea posible y miran para otro lado cuando los diversos problemas y disfunciones se acumulan, y acusan a los que todo esto denunciamos de pesimistas y apocalípticos, de morbosamente adictos a la catástrofe mil veces anunciada y nunca cumplida. Está claro que regodearse morbosamente en los problemas es malsano, pero no lo es menos (y es más infantil) apartar la mirada cuando lo que tenemos por delante exige una respuesta meditada y adulta. Lo que se necesita es encarar la verdad, sin aspavientos pero sin remilgos. Nada está escrito y nada es necesario (particularmente, el desastre no lo es), pero no podemos esperar que si cerramos los ojos y nos tapamos los oídos gritando "no lo oigo, no lo veo" las cosas negativas vayan a desaparecer como por ensalmo. Más que nada porque lo que es más probable que desaparezca son nuestras seguridades.


Salu2,
AMT

miércoles, 13 de julio de 2016

Cuatro clavos



Queridos lectores,


Estos días hay un tema que resulta recurrente en las conversaciones que tengo con diversos amigos y conocidos: cuál será, previsiblemente, la evolución económica de España durante los próximos meses. A pesar del tono optimista que se intenta dar desde la mayoría de los medios de comunicación, es evidente que hay ciertas tensiones económicas de importancia ahora mismo, y así un día en una cadena nacional de televisión nos pueden decir que el FMI no descarta que volvamos a entrar en recesión, y al día siguiente, el mismo medio y el mismo presentador nos puede decir, sin despeinarse, que se espera que en España el PIB crezca un 3% este año y cantidades similares en los próximos años. 

La realidad es que en este momento hay no pocos riesgos económicos para España, la mayoría de los cuales comparte con otras economías occidentales pues son de alcance global. Lo más preocupante de los riesgos es su alcance y profundidad, puesto que todos ellos son el resultado de una degradación progresiva de las bases de la economía mundial, a medida que el capitalismo va inexorablemente perdiendo su viabilidad. No es sólo es que estemos explorando nuevos territorios de esta crisis que no acabará nunca, sino que los procesos que ahora comienzan sólo se detendrán para ser sustituidos por otros peores.

Pero analicemos cuáles son estos problemas que se divisan en el horizonte económico español.


  1. Impacto del Brexit. Aparentemente las clases dirigentes del Reino Unido (y también las europeas) han interiorizado que la salida del Reino Unido de la Unión Europea es un proceso irreversible. Para pesar de todos los que abogan por la repetición de un referéndum cuyo resultado creen poder revertir, lo cierto es que volver a celebrar el referéndum seguramente exacerbaría los ánimos e incrementaría el rechazo a la UE. El proceso de salida, por tanto, parece irreversible. Aunque a muchos efectos prácticos el Reino Unido no abandonará la UE (puesto que el Reino Unido firmará multitud de acuerdos comerciales para preservar un cierta status comercial con la UE), lo cierto es que el Reino Unido recuperará la plena soberanía en cuestiones económicas, fiscales y de circulación de personas. Con el Reino Unido fuera de Europa, existe el riesgo de que el país se decante claramente por ser un paraíso fiscal, como ya apuntábamos antes del referéndum, lo cual parece confirmarse con el reciente anuncio de la reducción de la fiscalidad a las empresas radicadas en las islas. No es sólo esta competencia desleal con Europa casi desde su corazón (que, no nos engañemos, ya se producía en parte con el régimen especial que se le aplicaba a la City londinense) la que va a complicarle la vida a España. En el corto plazo, la salida del Reino Unido de la UE implica que España pasa de ser un receptor neto del presupuesto europeo a ser un contribuyente neto, lo cual ampliará la lista del "debe" español en un momento en que se le está aplicando un expediente por déficit excesivo. Pero es que además los mercados financieros están castigando más en estos días a las economías periféricas del euro que al propio Reino Unido, en una demostración de que el gran capital ve más viable un Reino Unido fuera de la UE que una España o una Italia sufriendo por mantenerse dentro de ella. Justamente, con las otras dificultades crecientes, el peligro de un contagio de los abandonos de la UE, sobre todo por parte de economías más competitivas que la española, aumentaría la presión negativa sobre España. 
  2. Deutsche Bank: La evolución del principal banco de Alemania durante los últimos meses ha sido ciertamente traumática; en más de una ocasión se ha comparado la evolución del precio de sus acciones al de Lehman Brothers en los meses previos a su quiebra.
    Aparte de la mayor o menor arbitrariedad de esta comparación, lo cierto es que DB encadena unos meses muy aciagos con multitud de noticias muy negativas. El secreto a voces de DB es su exposición a derivados financieros dudosísimos, por valor, dicen algunos, de unos 60 billones de euros (para que se hagan una idea, eso es más de 20 veces el PIB anual de Alemania). Si los alemanes se aplicaran a sí mismos el criterio que hasta ahora ha primado en la Unión Europea con los problemas de los sistemas bancarios de Grecia, Italia, Irlanda o España, según el cual cada estado ha de rescatar sus bancos, las compensaciones del Tratado de Versalles iban a parecer una broma de colegiala. Resulta obvio que si el DB llega en algún momento a quebrar, una parte importante de su deuda quedará impagada (con repercusiones a escala global), mientras que el resto de la deuda sería repartida por toda la zona euro y posiblemente por la UE (de nuevo, la salida del Reino Unido parece muy oportuna, y la tentación de nuevas salidas sería aún mayor). Curiosamente, la prensa especializada se centra estos días en los  problemas (comparativamente bastante menores) de los bancos italianos, supongo que porque es un problema más tratable que el del primer banco alemán. ¿Y qué pasa con los bancos españoles? La banca española también es señalada en algunos momentos, ciertamente no con la misma insistencia que la italiana aunque han circulado algunas noticias bastante negativas (por ejemplo, las referentes a la ampliación de capital del Banco Popular). De cómo se afronten, sobre todo desde el punto de la equidad, la crisis del DB por un lado y las crisis bancarias periféricas por el otro depende algo tan crucial como la afección o desafección de los ciudadanos de  Grecia, Italia, España o Portugal al proyecto europeo.
  3.  La desinversión petrolífera: De este problema  ya hemos hablado en repetidas ocasiones en este blog (por ejemplo, en el post "Pasándose de frenada"). Hay un problema muy serio con la desinversión de las empresas dedicadas a la explotación de petróleo. Estas compañías que, no lo olvidemos, perdían dinero a espuertas antes incluso de que el precio del petróleo cayera, no podían continuar invirtiendo como solían y de hecho están contrayendo sus inversiones de manera brutal (un 20% de 2014 a 2015, y se espera que más de un 25% este año con respecto al 2015). Conviene no olvidar que durante los últimos 30 años la inversión global en exploración y desarrollo de nuevos pozos de petróleo y gas se había multiplicado, en términos reales, casi por 10, como muestra la siguiente gráfica:
    En la misma gráfica se ve que desde 2005 las ganancias en la producción de petróleo han sido bastante marginales y sólo rebrotaron un poco a partir de 2011 gracias al petróleo ligero de roca compacta (LTO) que se ha explotado en EE.UU. con la técnica del fracking. Justamente, el mayor peso en la nueva producción de esos hidrocarburos de baja calidad y alto coste es lo que estaba arruinando a las compañías, aún cuando el precio del barril de petróleo se situaba en los 100$. Con el precio actual en casi la mitad, muchas compañías están quebrando y las que sobreviven están paralizando drásticamente sus actividades de búsqueda y desarrollo de nuevos yacimientos. La desinversión ha sido tan fuerte que ya se da por descontado un retroceso de la producción de petróleo en varios millones de barriles de petróleo diarios durante 2016 y 2017, simplemente teniendo en cuenta el tiempo que se tarda en poner en marcha un yacimiento. En este contexto, en tanto que la demanda, aunque estancada, se mantenga, es seguro que el precio del petróleo va a subir como un cohete en algún momento de los próximos meses. Cuando eso suceda, el precio será demasiado alto como para que la economía general lo pueda tolerar demasiado tiempo, y eso generará nueva recesión y precios de nuevo bajos, para mayor desgracia de las compañías petrolíferas: es la maldición de la espiral de destrucción de oferta - destrucción de demanda que tantas veces ya hemos comentado. El futuro corresponde a un precio del petróleo volátil, que nunca estará a un nivel satisfactorio al mismo tiempo para productores y consumidores. Lo único que puede evitar ese repunte y posterior caída de los precios del petróleo es que se desencadene una nueva oleada recesiva global por los dos motivos enumerados más arriba, lo cual lo único para lo que serviría es para agudizar la agonía de las compañías productoras de petróleo y que el retroceso de la producción fuese aún más agudo. En suma, que podría postergar el latigazo de precios durante unos meses, so pena de hacerlo más grave. De todos, éste es el riesgo que me parece mayor, pues atenta contra las bases físicas de nuestro sistema económico y acelera la velocidad de nuestro declive energético, el cual puede arrastrar consigo el derrumbe de muchos estados y llevarnos a un punto desde el cual hacer las transformaciones necesarias sea mucho más difícil.
  4. Los problemas de España: Los lectores españoles han oído hablar mucho estos días de las penalizaciones que la UE está estudiando imponer a España por causa de su déficit excesivo en 2015. A parte de la multa que finalmente se pueda imponer a España (de hasta 2.000 millones de euros), se tiene que recordar que España tiene que acometer unos recortes para ajustar su déficit a lo exigido de por lo menos 10.000 millones de euros. Lo cual quiere decir que el próximo Gobierno de España tendrá que acometer toda una nueva serie de recortes en las partidas de su presupuesto y previsiblemente la mayor parte del peso de estos recortes recaerá sobre las partidas sociales. Esto acrecentará el malestar social en España, ahora más latente pero siempre presente. Con el resto de problemas enumerados más arriba, parece claro que España se va a montar en una montaña rusa económica de la cual convendría prevenir a la población para evitar falsas esperanzas que no se van a cumplir. Esto es particularmente importante para el gobernante Partido Popular, que previsiblemente seguirá en el poder después del resultado de las últimas elecciones en las que mejoró su apoyo electoral. Si ahora viene una nueva marejada económica, el PP puede ver deteriorarse a ojos vista su soporte social y encontrarse dentro de cuatro años (o antes) en una situación que hoy en día parece impensable. Desgraciadamente, la estrategia más probable que se va a seguir es la de la huida hacia adelante, confiando en que los problemas se habrán solucionado y olvidado para cuando toque convocar nuevas elecciones. En el contexto actual, tal estrategia no sólo parece desacertada, sino que puede precipitar a España en brazos de un caudillo populista que pudiera emerger en este tiempo y que supiera canalizar el descontento popular, al estilo de lo que ha hecho el Frente Nacional en Francia o el UKIP en el Reino Unido.

De todos estos problemas, como digo, el más grave en el medio y largo plazo es el de la producción de petróleo en descenso por la falta de inversión. Es muy importante que los analistas y los autoproclamados expertos dejen de mirar el dedo del precio y miren la Luna de la producción. El precio puede mantenerse bajo aún durante un tiempo, lo cual sería síntoma de una demanda estancada o en leve retroceso, mientras que la producción va cayendo y probablemente lo haga de manera irreversible. Contrariamente a lo que suelen afirmar muchos "expertos", cuando la producción de una materia prima sin sustitutos conocidos y con una demanda bastante inelástica comienza a escasear, el precio no se mantiene continuamente alto sino que va haciendo picos no muy prolongados de precios muy altos, seguidos por amplios valles de precios bajos. Desde hace 6 años hemos explicado este fenómeno en este blog, y es parte de la espiral de destrucción de oferta-destrucción de demanda que antes comentaba. Este problema puede acelerar el declive energético de nuestra civilización, lo cual quiere decir el declive y eventual derrumbe de la misma. Nada está escrito en piedra y nada nos impide reaccionar, antes de que la bancarrota petrolífera arrase a los productores, antes de que los efectos nolineales nos lleven donde no queremos ni tenemos por qué ir. Pero para eso hay que superar la teoría económica clásica y empezar a reaccionar: hay alternativas y hay medios para evitar lo peor. Lo único que nos falta hoy en día es comprender el problema y, más importante, tener la voluntad de querer cambiar las cosas.
 


Salu2,
AMT