jueves, 28 de junio de 2012

Pilas, baterías y acumuladores

Queridos lectores,

Estoy preparando un nuevo viaje "a la trinchera" (a un lugar más prosaico de lo que se imaginan) y no tengo tiempo de acabar algunos posts pendientes... Suerte que ahí está Luis Cosin que, una vez más, nos dará una clase magistral sobre algunos conceptos básicos para la comprensión de la gestión de la energía eléctrica: la acumulación eléctrica. Les dejo en las capaces manos de Luis.

Salu2

 
1. Un breve repaso: modelo estándar de estructura de la materia
La materia ordinaria está formada por átomos y moléculas. Cada átomo o molécula consiste en uno o varios núcleos atómicos (formados por protones y neutrones, con carga positiva) y una nube de electrones (con carga negativa) alrededor, que los mantiene cohesionados, compensando la repulsión electrostática entre ellos.

Por razones cuánticas, los electrones de la nube se ordenan en niveles de energía discretos “llenándolos” de menor a mayor energía.
Las transiciones de electrones entre niveles se producen mediante la absorción o emisión de cuantos de energía (en forma de fotones de luz, normalmente en la franja de la luz visible y ultravioleta).

2. Potencial eléctrico
Se llama potencial eléctrico de un punto material a la cantidad de energía necesaria (absorbida o liberada) para mover una carga positiva unitaria desde el “infinito” (es decir, desde “suficientemente lejos”) hasta dicho punto.
El potencial eléctrico depende de la carga y de su distribución espacial. En el Sistema Internacional, se mide en Voltios.
Un Voltio es un Julio / Culombio (es decir, es la distribución de carga tal que para desplazar una carga de 1 Culombio desde el infinito hasta el punto material necesita 1 Julio de energía).

Por tanto, una diferencia de potencial eléctrico entre dos puntos puede ser una fuente de energía: trasladando una carga eléctrica de un punto a otro se obtiene o se consume energía, que se puede transformar en trabajo.
Normalmente, la materia tiene carga electrostática neutra, es decir, sus moléculas tienen el mismo número de protones y neutrones, lo que se corresponde con un potencial igual a 0 Voltios.
Sin embargo:
  • Ciertas moléculas y átomos tienen tendencia a ceder fácilmente sus electrones más externos, cuando éstos se encuentran “apantallados” por los más internos, sobre todo si éstos llenan niveles cuánticos al completo. En este caso, la fuerza de atracción del núcleo es más débil y, aportando pequeñas cantidades de energía, los electrones más externos salen despedidos, dando lugar a moléculas cargadas positivamente (iones positivos o cationes). Se dice entonces que son electropositivas. Es el caso, por ejemplo, de los iones del Hidrógeno (H+), los metales alcalinos (Na+, K+, Rb+) y de moléculas como el amonio (NH4+) o el fosfonio (PH4+).
  • Recíprocamente, otras moléculas y átomos tienden a aceptar electrones para rellenar los niveles cuánticos incompletos en su nube de electrones, formando iones negativos o aniones. Se dice entonces que son electronegativas. En este caso, la captura de un electrón del medio supone la liberación de una cantidad de energía. Ejemplos son los aniones de los halógenos (F-, Cl-, Br-), los calcógenos (O2-, S2-) y moléculas como el anión sulfato (SO42-) y nitrato (NO32-).
El proceso de aceptar o expulsar electrones es, en principio, reversible y depende del potencial eléctrico del medio:
  • Las moléculas electropositivas tienen más facilidad para ceder electrones cuanto mayor potencial eléctrico (más carga eléctrica positiva) tiene su medio.
  • Las moléculas electronegativas, por el contrario, tienen mayor tendencia a aceptar electrones cuanto menor sea el potencial eléctrico (mayor carga eléctrica negativa) del medio.

3. Oxidación y reducción
Cuando una molécula pierde electrones, se dice que se oxida y, cuando los gana, que se reduce.
Toda una amplia variedad de reacciones químicas consiste en la transferencia de electrones de una especie que se oxida a otra que se reduce.
Normalmente, la transferencia de electrones no es completa, sino que los electrones se “comparten” de alguna forma, aunque a la molécula con mayor tendencia a cederlos se le asocia por convenio un número de oxidación positivo (se dice que se “oxida”) y a la que los acepta, se le da un número de oxidación negativo (se dice que se “reduce”).
Este tipo de reacciones se denomina genéricamente “redox” y en ellas se produce variación en el número de oxidación de las moléculas. Ejemplos:
2 Na (sodio metal) + 2 H Cl (ácido clorhídrico)
-> 2 Na+ Cl- (sal común) + H2 (hidrógeno gas)
En esta reacción, el Sodio metal se oxida a catión Sodio y el Cloro elemental, se reduce a anión Cloro.
2 H2 (hidrógeno gas) + O2 (oxígeno gas)
-> 2 (H+)2 O2- (agua)
En este caso, realmente no se produce una transferencia electrónica completa, sino que el agua es una molécula en la que Hidrógeno y Oxígeno comparten electrones. Sin embargo, dado que el Oxígeno es mucho más electronegativo que el Hidrógeno, es como si los electrones pasasen más tiempo alrededor del átomo de O que de los átomos de H (de hecho, la molécula H2O tiene un dipolo eléctrico bastante marcado).

4. Electroquímica
Las reacciones redox tienen el potencial de convertirse en generadoras de corriente eléctrica. Para ello, hay que separar las reacciones en dos semirreacciones (una de oxidación y otra de reducción) que se desarrollen en ambientes separados y conectar éstos por medio de un conductor eléctrico.
Éste es el principio básico de una pila de combustible o una batería (acumulador eléctrico).

Separando la reacción en dos:
  • En el ánodo, se produce la reacción de oxidación, con la liberación de electrones, lo que provoca la carga negativa del mismo hasta que se alcanza el potencial de oxidación ( -ΔVo ) y el flujo se detiene.
  • En el cátodo, se produce la reacción de reducción, con la captura de electrones, lo que provoca la carga positiva del mismo hasta que se alcanza el potencial de reducción ( +ΔVr ) y el flujo se detiene.
Si ponemos en contacto ánodo y cátodo mediante un conductor, se produce una corriente eléctrica (flujo de electrones) debido a la diferencia de potencial entre ambos.
A medida que el flujo eléctrico progresa, se produce paulatinamente la carga positiva en la cuba del ánodo y la carga negativa en la cuba del cátodo.
Para que el flujo eléctrico no se detenga por la descompensación de cargas, ambas cubas se ponen en contacto con una disolución salina de iones pequeños (por ejemplo, una sal de litio o de potasio) separándola mediante una membrana semipermeable.
De este modo, se produce la compensación de la carga eléctrica y el dispositivo continúa funcionando hasta que se agota el ánodo.
Los potenciales de oxidación y reducción oscilan entre -3,15V (para los elementos más electropositivos, como el Litio) y +2,8V para los más electronegativos, como el Flúor.
Ocurre, sin embargo, que una batería de elementos electronegativos como Flúor gas (F2) o Cloro (Cl2) sería extremadamente peligrosa por la toxicidad y reactividad de estos gases. De modo que la mayor parte de las baterías producidas industrialmente aprovechan las pequeñas diferencias de potenciales de oxidación y reducción de elementos metálicos (típicamente Zinc, Manganeso, Litio, Sodio, Níquel, Cadmio o Mercurio). Estas diferencias raramente superan los 2V. Para conseguir diferencias de potencial mayores, las celdas de oxidación-reducción se montan en serie:

Éste es, por ejemplo, el principio de la pila de Volta (pila de Cobre-Zinc):

O la batería de plomo-ácido, característica de los vehículos a motor.
Otra versión familiar de pila son las pilas “secas” que en realidad no son tales, sino que tienen electrodos “pastosos”:

Por último, otro ejemplo de celda electroquímica es la pila de hidrógeno, en la que el puente salino suele ser una disolución de sal de litio y situarse entre los dos electrodos:

5. El principio del acumulador electroquímico
El proceso de una pila electroquímica es, en principio, reversible, es decir, si entre los dos extremos de una batería o pila se establece una diferencia de potencial suficientemente alta (por ejemplo, conectando los bornes a un generador eléctrico), el proceso se invierte y la batería acumula energía química (transfiriendo electrones del cátodo al ánodo).
La mayor parte de las baterías reversibles son en fase líquida (es decir, ánodo y cátodo trabajan en una disolución de una sal del metal que los forma), de modo que la descarga va consumiendo el ánodo y regenerando el cátodo y viceversa.
6. ¿Y el segundo principio de la termodinámica?
En una serie de trabajos que le valieron un premio Nobel, Williard Gibbs, químico y físico, demostró que la condición de espontaneidad de una reacción química era equivalente a un aumento de la entropía global.

De forma esquemática, el desarrollo propuesto por Gibbs es el siguiente: En una reacción química que se desarrolla a temperatura y presión constantes, dado que la entropía es una función de estado, que depende sólo de la materia que forma el sistema y su estado, tenemos:
ΔSuniverso = ΔSalrededores + ΔSsistema
Pero la variación de entropía del medio es igual al intercambio de calor dividido por la temperatura a la que se realiza dicho intercambio:
ΔSalrededores = - ΔHsistema / T
Donde T es la temperatura absoluta y ΔHsistema , denominada variación de entalpía, es el calor de reacción a temperatura y presión constantes (adoptamos el convenio de signos “egoísta”, según el cual la energía cedida tiene signo negativo).
Por tanto:
ΔSuniverso = - ΔHsistema / T + ΔSsistema
El principio de evolución (una forma del segundo principio de la termodinámica) indica que la espontaneidad del proceso equivale a una generación neta de entropía, es decir:
0 < ΔSuniverso = - ΔHsistema / T + ΔSsistema
Multiplicando por T:
0 < T ΔSuniverso = - ΔHsistema + T ΔSsistema
Se puede demostrar que, tanto S como H son variables de estado, por lo tanto:
ΔHsistema = Hproductos – Hreactivos
ΔSsistema = Sproductos – Sreactivos
Por tanto:
0 < T ΔSuniverso = - ( Hproductos – Hreactivos ) + T ( Sproductos – Sreactivos )
Reorganizando:
0 < ( T Sproductos - Hproductos ) - ( T Sreactivos – Hreactivos )
La cantidad G = H – T S tiene dimensiones de energía y recibe el nombre de energía libre de Gibbs. Por tanto, la condición de espontaneidad es (tras cambiar el signo en la desigualdad anterior), equivalente a una disminución neta de energía de Gibbs del sistema:
0 > Gproductos - Greactivos = ΔGsistema
Esta desigualdad ha sido verificada empíricamente. Más aún, da una condición de temperatura de equilibrio a la cual la reacción no tiene preferencia para desarrollarse en un sentido u otro:
0 = ΔGsistema = ΔHsistema – T ΔSsistema es decir 
T = ΔHsistema / ΔSsistema

7. Consecuencias sobre el rendimiento de las pilas y baterías
Dado que todo conductor tiene una resistencia, por pequeña que ésta sea, y que el paso de una corriente eléctrica por una resistencia libera calor (según la ley de Joule), toda batería electroquímica genera un calor (que se dispersa como entropía) que es absorbido por el medio.
Del mismo modo, la mayor parte de las reacciones químicas implican una variación de entalpía (calor libre), que pasa a transferirse al sistema y, desde él, al medio.
En el caso de las celdas electroquímicas, al igual que en las máquinas de vapor, se intenta minimizar la generación de entropía:
  • Aislando convenientemente el dispositivo y trabajando a altas temperaturas (como en la pila de hidrógeno).
  • O bien, trabajando a muy bajas temperaturas (con superconductores) para minimizar la producción de calor por efecto Joule y la transferencia de calor al medio.
El rendimiento termodinámico de una pila electroquímica es:
Ƞ = ΔGsistema / ΔHsistema
Sabemos que:
ΔGsistema = ΔHsistema - T ΔSsistema
Es decir:
Ƞ = ΔGsistema / ΔHsistema = 1 - T ΔSsistema / ΔHsistema
Por tanto, al igual que en las máquinas térmicas, el rendimiento máximo termodinámico mejora con la temperatura. Con las pilas de hidrógeno, el rendimiento termodinámico puede llegar al 83%.

8. Referencias






lunes, 25 de junio de 2012

Diario de trinchera: estando allí, no viendo nada; mi viaje a Grecia

Imagen de http://crisdreams.blogspot.com.es

"¡Sobre todo, no te olvides de llevar el pasaporte!"

Cuando hace semanas comentaba a mis amigos y familiares que tenía que ir a Grecia a una reunión anual obligatoria (coordino una red europea de grupos de investigación y todas las redes del área de medio ambiente tienen que rendir cuentas anualmente delante de la oficina correspondiente de la Comisión Europea) todo el mundo abría mucho los ojos, como diciendo: "Tú estás loco, a quién se le ocurre" y luego yo les explicaba que la reunión era obligatoria y que no me podía escaquear. "Pero si Grecia está fatal, te vas a meter en la boca del lobo". Hombre, qué se yo, si todavía hay vuelos allí y se puede reservar un hotel debe ser que las cosas funcionan un mínimo, como mínimo para hacer la reunión. Imagino además que si la Comisión decide que la reunión tenga lugar en un sitio de largo nombre (Alexandrópolis) y de tan largo recorrido para llegar debe ser para fomentar la industria turística local. De hecho, un compañero mío tuvo otra reunión hace un mes en el mismo sitio, el cual por cierto está muy a desmano (700 kilómetros por carretera desde Atenas, unos 300 por el aire). En fin, como quiera que algunos no se consolaban con estas explicaciones yo les decía que Alexandrópolis está tan sólo a 40 kilómetros de la frontera, así que siempre podría escapar por ahí si las cosas se pusieran feas. Frontera con Turquía, por cierto. Y de ahí la reiterada recomendación de que me llevara el pasaporte (Grecia, al igual que España, está en el Tratado de Schengen, así que para viajar allí no necesito más que mi DNI español, pero Turquía es otra historia). Y también que por si acaso llevara bastante dinero en efectivo, no fuera el caso de que estando allí se estableciera un corralito y no pudiera sacar dinero de los cajeros. Al menos a nadie se le ocurrió sugerirme que me llevara un repelente de caníbales, por si se desataba un apocalipsis zombi durante los tres días escasos de mi visita...

Y de hecho ese repelente es lo que más útil me hubiera resultado, porque los mosquitos nos acribillaban por la noche. Y es que prácticamente eso fue todo lo que vi. Estas reuniones no son un paseo: las sesiones de cada día duraban de 9 a 18:30, y ni siquiera la hora escasa para comer uno paraba de discutir diferentes aspectos del trabajo en común. Sólo a partir de las 18:30 podíamos tener otra vida, pero cada día lo empleamos en ir a cenar (y que los mosquitos cenasen; tanto es así que en el restaurante del último día el propietario nos trajo un repelente de mosquitos con los primeros platos). Por lo demás, los mismos errores de siempre: reuniones todo el día en una habitación con las cortinas echadas (a pesar del sol espatarrante que hacía afuera) y con el aire acondicionado a tope... El año que viene toca reunirse en Hanover, así que espero que las necesidades de acondicionamiento serán inferiores.


¿Vi miseria y pobreza? Alexandrópolis es una localidad turística y por eso presenta una cara limpia, bonita y pulida; a pesar de eso, vi cosas como las que he visto en España: cierto abandono de casas y calles, gente rebuscando en la basura, poca actividad en los comercios... La verdad es que los dos o tres sitios que vi se parecían mucho a España (lo único que se ve muy diferente son las iglesias; bueno, y los rótulos que más que palabras parecen ecuaciones). En realidad, todo se parece mucho a España, incluyendo el sistema fonético del griego. La gente está bastante preocupada, por lo poco que entendí hablando con un par de personas, pero da la impresión de que la mayoría culpabilizan de sus problemas a sus políticos, no a la canciller alemana Ángela Merkel (me resultó curioso el título de un programa de análisis del nuevo gobierno del que sólo entendí el título: autopsia. Espero que en griego signifique otra cosa). Incluso el chófer del autobús que nos trajo del aeropuerto se permitió hacer alguna coña sobre España. Consuelo de tontos. Mis colegas de otros países más favorecidos sí que se permitieron el lujo de pontificar sobre los males de España como país de mucho despilfarro, pero lo curioso es que al hablar de los problemas de los sistemas de investigación de los diferentes países todos tienen problemas serios: los italianos, los franceses, los ingleses... los únicos que parecen a salvo por el momento son los noruegos y los alemanes. Y los alemanes ya ven formarse algunos nubarrones en el horizonte...

Comenta Dimitri Orlov que durante el colapso de la URSS empezaron a circular historias terribles sobre lo que pasaba en ese país, con gente muriendo de hambre por la calle y escenas de canibalismo incluidas. Rusia se convirtió, en el decir popular y de los mass media, en un no-lugar, un sitio a evitar. Y aunque las cosas no fueron fáciles en ese período, la vida siguió y la gente, a pesar de las importantes dificultades, se adaptó y continuó adelante (aunque ayudó y no poco el petróleo con el que siguieron comerciando y que años después protagonizaría el resurgir económico de Rusia). Por supuesto que no pasaba en Rusia ni la mitad de las cosas que con tanto hincapié y ensañamiento enfatizaban los medios de comunicación occidentales. De hecho, si algo parece caracterizar la fase del colapso del Estado es la sorprendente normalidad de una vida en medio de su anormalidad.

Uno de los problemas para comprender fenómenos históricos como el Oil Crash reside en la fijación subjetiva de tiempos que hace el ser humano. Cuando hago mis exposiciones sobre el tema alguna gente intuye que les digo que de repente todo se va parar, y que eso va a pasar mañana. Y aunque debido a las no-linealidades del sistema sí que se pueden producir disrupciones muy rápidas de algunas de las funciones sociales, su ubicación temporal es bastante aleatoria. Y mientras tales eventos disruptivos llegan el tempo de los cambios es muy lento para la mayoría de la población. Para la mayoría, pero no para todos. No es tan lento para uno de ese casi 25% de trabajadores españoles que está en el paro, y para en el que en el mejor de los casos le quedan 24 meses para quedarse sin ningún tipo de percepción (y recuerden que en España hay ya un millón y medio de hogares en los que nadie trabaja y medio millón de personas que ya no reciben ningún tipo de ingreso). Medio millón de personas representa tan sólo el 1,1% de la población española en este momento, población que está decreciendo a un ritmo relevante, como algunos indicadores que maneja Juan Carlos Barba parecen mostrar (la gente sin expectativas y con posibilidades aún retorna a sus lugares de origen, si son emigrantes, o emigran, si son españoles). Y, sin embargo, en espera de una disrpución, de una transición de fase que cambie la linealidad evolutiva, las cosas progresan a un ritmo pausado para lo que es la percepción humana, y sólo somos conscientes de los cambios cuando nos preguntamos: ¿cómo estábamos hace un año? ¿y hace dos?


Las cosas en Grecia no van bien; hace pocos meses hubo explosiones de rabia en la calle y ahora la gente parece haberse instalado en la resignación de aceptar las medidas que vienen en la espera no ya de que este sufrimiento acabe de una vez pero como mínimo que ya no progrese más. Algo muy similar al derrotismo que ya está instalado en una parte importante de la sociedad española, por otra parte. Y, sin embargo, la vida sigue. Mientras la mayor parte de la economía siga funcionando no se producirán las revueltas finales; mientras la mayoría aún conserve la esperanza del retorno a la senda del crecimiento aún seguirá habiendo reuniones organizadas por la Unión Europea en enclaves turísticos en Grecia. La mayoría de las hebras de la cuerda han estallado ya y todo el peso de la sociedad recae sobre unas pocas que aún resisten. ¿Cuánto más? Difícil que aguanten un año, remoto que aguanten dos, imposible que aguanten cinco. Un suspiro en términos históricos, una eternidad en el tiempo psicológico de un hombre. La marea nos cubrirá por completo cuando acabe de subir y nos ahogaremos, pero de momento respiramos tranquilos y las pocas horas que faltan para el fatal desenlace se nos hacen una espera demasiado larga. Así es el ser humano.
 
62 horas en Grecia, y no he visto nada, no he podido ver nada de la realidad de ese país. Sólo una cosa es evidente: aún no ha llegado el fin del mundo para Grecia. ¿Cuál será la salida de este país? No lo sé. Quizá la que ponía en los letreros del avión: éxodos. Al menos en España ésta parece ser la solución para muchos...

jueves, 21 de junio de 2012

Cuando los problemas de la economía no dejan ver los problemas de los recursos

Imagen de http://www.123rf.com

Queridos lectores,

Son éstos días amargos para el Estado Español, principalmente para los que detentan cargos de responsabilidad económica en él. Esencialmente, España camina con paso firme hacia la bancarrota, arrastrada por su inútil intento de salvar su sistema financiero; y en su desesperación los líderes políticos están lanzando cada vez menos disimulados y más urgentes gritos de socorro, esperando que los poderes de la Gran Europa rescaten al país del marasmo. Dada la poca transparencia con la que se tratan los temas financieros, los ciudadanos españoles aún no alcanzan a comprender toda la gravedad de la situación, pero sí que entienden que los nubarrones del horizontes son cada vez más oscuros y que esta vez las consecuencias serán más graves y más duraderas que lo que se estaba dando por descontado durante los últimos meses.


Hay una parte inconfesable en el problema que ahora agobia a nuestros próceres y pronto arruinará al ciudadano medio: el Estado español está regalando dinero a empresas privadas (los bancos españoles) bajo el chantaje de los grandes capitales internacionales (representados tangiblemente por el FMI e intangiblemente por lo que se viene en llamar "los mercados") y todo ese dinero que tira ahora de esa manera nos condenará a décadas de miseria. ¿Por qué España ha de asumir el pago de esos agujeros contables cuando las empresas son privadas? ¿Por qué España ha de asumir esas pérdidas cuando esos bancos tienen intereses que van más allá de sus fronteras, o capitales de más allá de sus fronteras han invertido en ellos? Nada de eso se habla en voz alta, no sea que se vea la profunda inmoralidad de lo que está pasando. La realidad es que el Estado Español se ve coaccionado a tapar esos agujeros porque si no esos capitales internacionales  no continuarán financiando al Tesoro Público Español. ¿Es eso justo? No ¿Tiene algún sentido? No, pero nunca lo tuvo; no lo tuvo cuando lo sufrió Latinoamérica o África durante las últimas décadas del siglo XX y no lo tiene tampoco ahora. Sólo que entonces no nos importó y ahora sí porque nos toca a nosotros. Entre tanto, decenas de tertulianos del eje imaginario que une Madrid con Berlín se dedican a analizar los aspectos futiles y equivocados de la cuestión, hablando aquí del "exceso de ortodoxia presupuestaria que nos aplica Alemania" y allí "del despilfarro sin límite de los españoles", cuando resulta que más de la mitad del aumento de la deuda española durante los últimos años viene de ceder a este chantaje (al cual los dos partidos que se han alternado en el Gobierno han sucumbido) y cuando en realidad es el mismo capital internacional quien inspira aquí a Mariano Rajoy y allá a Angela Merkel, solo que les ha dado roles diferentes en esta representación. Al final, sucede que los grandes capitales no quieren arriesgarse a perder sus inversiones en España y están dispuestos a jugar sucio, haciendo uso de un poder de coacción ilegítimo -y también, por qué no decirlo, abusando de la falta de comprensión de la realidad de nuestros expertos y de nuestros gobernantes- con tal de garantizar la devolución de las deudas que los bancos tienen con ellos, aunque el proceso suponga la destrucción económica de todo el país y la aceleración del proceso que nos lleva a La Gran Exclusión - en este caso entre países.


Pero hay otro aspecto de esta exclusión creciente que seguramente se le escapa quizá en parte incluso a los que ahora la promulgan a España, otrora rico, próspero y soberbio país. Y es que en realidad la burbuja de prosperidad, la que ha permitido crear la ilusión de riqueza y mantener una clase media boyante y una apariencia de democracia, está encogiendo, y por eso nosotros quedamos ahora a la intemperie, expuestos a los elementos. Porque, ¿por qué ahora a España? ¿por qué no podemos seguir sentados en el banquete de los ricos de este mundo si hace sólo unas pocas décadas nos acogieron con los brazos abiertos? ¿por qué los más comienzan a intuir que a esta crisis le queda un largo recorrido - y eso que aún no saben que no acabará nunca?

A mi limitado entender, contribuye a la total incomprensión del proceso que está teniendo lugar el exceso de importancia que se le da al discurso económico en el debate actual. Lo que acabo de decir puede resultar paradójico, cuando no ridículo: a fin de cuentas, si el problema es económico, ¿no debe ser el debate, esencialmente, económico? Sin embargo, el problema justamente es ése. La vigente teoría económica se desarrolló en un escenario de abundancia de recursos y de manera implícita presupone que los recursos no son nunca un problema. Desde el punto de vista formal, la teoría que domina el discurso académico y práctico asume que la escasez de recursos insustituibles nunca llega a producirse porque o bien el mercado hace explotable recursos antes económicamente no explotables vía un aumento de precios (visión progresiva del mercado) o bien porque el mercado siempre encuentra sustitutos adecuados (principio de infinita sustitutibilidad). De poco sirve que a estos adalides del libre mercado y el liberalismo económico se les argumente que la economía no puede soportar un precio demasiado alto para la energía, o que en el caso del petróleo no está funcionando bien eso de la sustitutibilidad (como discutimos en el caso del pico del diésel y como abordaremos próximamente cuando analicemos la energía neta de la producción actual de petróleo); tales objeciones, razonables y avaladas con datos y estudios, son rápidamente ignoradas, si no sumariamente descalificadas, con repetidos clichés ("Eso es una falacia ricardiana"), y quien las formula es ninguneado con suficiencia ("Es que Vd. no sabe de economía"). Y lo gracioso es que quienes fustigan al lego con retahílas de datos y deducciones económicas archiconocidas muchas veces desconocen las hipótesis básicas sobre las que se basa su propia teoría y  nunca se molestan en comprobar si sus hipótesis se cumplen o no (de hecho, lo habitual es que usen generalizaciones excesivas a partir de ejemplos particulares, siendo su preferido el enorme progreso de la industria informática). Por ejemplo, resulta chocante el énfasis que de tanto en tanto se pone en que no hay un pico de producción de petróleo (peak oil) sino un pico de demanda de petróleo (peak demand), causada ésta, según sus proponentes, por una mejora de eficiencia, hipótesis que no resiste la más mínima validación contra los datos experimentales (validación que por supuesto nuestros economistas nunca hacen, no vaya ser que se desmonte su preciosa hipótesis).

El gran fracaso de la teoría económica que se aplica hoy a machamartillo, incluso fuera de sus ámbitos de competencia natural, es el de no comprender que la economía tiene, fundamentalmente, una función de asignación de los recursos en la sociedad. Es decir, nuestro sistema económico no deja de ser un complicado conjunto de reglas para decidir cómo se asignan los recursos, quién se lleva qué. La economía es importante porque explica cómo se reparten los recursos, pero no crea per se esos recursos. Se puede pensar que en ciertos momentos la economía funciona como catalizador, acelerando el acceso, incluso posibilitando el acceso a recursos de que de otro modo permanecerían inaccesibles, pero ciertamente no los crea. La distinción es importante, porque los economistas suelen abusar de esa capacidad de la regulación económica de mejorar la disponibilidad de recursos como si realmente los creara, y se piensan que en una situación de agotamiento real de los recursos físicos "el mercado proveerá alternativas", sin entender que el mercado no crea nada. Se ha de reconocer que no siempre es fácil de distinguir si el efecto de la falta de disponibilidad de un recurso es debido a una cuestión económica o a su agotamiento físico, sobre todo si sólo se mira a la serie de precios -cual se suele-; un análisis de los factores físicos, de los que este blog es pródigo, siempre da pistas útiles sobre lo que realmente ocurre.


Rafael Íñiguez ha evocado en varias ocasiones un experimento mental que permite ver con mucha claridad qué es lo que está pasando en realidad, y que con su permiso reproduciré aquí. Imagínense que nuestro planeta fuera observado por una inteligencia extraterrestre desde el espacio exterior. Esta inteligencia no podría percibir todas las sutilezas que gobiernan el comercio mundial ni cómo se valoran las mercancías, así que su idea del funcionamiento de nuestro sistema económico sería muy superficial. Sin embargo, esa inteligencia podría darse cuenta sin muchos problemas de que estamos sufriendo una crisis energética: simplemente, vería desde el espacio que cada vez se encienden menos luces, funcionan menos fábricas, se mueven menos vehículos... Observando con un poco más de detalle vería que los flujos de materias primas energéticas se está estancando y apuntan hacia un declive, en tanto que las energías renovables no son capaces de cubrir el hueco. En suma, este observador, al abstraerse de las reglas de asignación, vería con mayor claridad que nadie que el problema es un problema de recursos, particularmente de los energéticos. Sin embargo, nosotros, pegados con los pies a la Tierra, no hacemos más que fijarnos en el vehículo (la economía) sin ver el combustible (los recursos). Y por ello todas las discusiones se centran en ver cómo podemos cambiar tal o cual aspecto de los vehículos, sin entender que sin gasolina no vamos a ninguna parte.


El hecho de que los recursos impidan el crecimiento prácticamente desde ya no quiere decir que la discusión sobre la organización económica sea irrelevante. Abusando del último símil, no será igual que utilicemos un monovolumen que un triciclo: hay formas más eficientes que otras de usar los recursos restantes. Otro punto clave es el de la equidad. Vivimos un momento en que los recursos no sólo son escasos sino que menguan. Hasta ahora, el ciudadano medio en la sociedad occidental se conformaba con un porcentaje pequeño de los recursos que llegaban a nuestros países porque cubría de sobras sus necesidades, en tanto que los ricos se pegaban la gran fiesta. Ahora que los recursos disminuyen reaparece una tensión dialéctica: los ricos no quieren renunciar a su parte del pastel, pero sobre una tarta más pequeña su trozo representa un mayor porcentaje y nos deja al resto en carestía; y el ciudadano medio reclama y exige, y protesta delante de abusos y corrupción a los que hace tan sólo 5 años no hacía el menor caso, puesto que percibe que le arrebatan las migas de las que vivía. Aquí el pensamiento económico monocorde tan publicitado por los medios suele insistir en que en el fondo lo mejor es darle todo el dinero a los ricos, porque se favorece el emprendimiento y la inversión y a la larga la tarta volverá a ser mayor y volveremos a tener migas suficientes para todos. Sin embargo, si la tarta no tiene visos de crecer sino de menguar esta estrategia favorece que las migas decrezcan aún más rápido y que el descontento ciudadano sea cada vez mayor. Está, por otro lado, la cuestión moral, y es que quizá se ha de anteponer la equidad del reparto al crecimiento económico (incluso cuando éste era posible). En este momento muchos ciudadanos occidentales estarán de acuerdo con ese planteamiento: antes equidad que crecimiento. Lo malo es que la equidad no sólo debe promulgarse dentro de los países ricos, sino que al tiempo debería darse entre países, puesto que muchos países, como España, que viven de los recursos que importan, consumen mucho más que la media (Pedro Prieto resumió muy bien esta situación en su carta a los indignados españoles).

La discusión económica lo eclipsa todo, las posiciones son cada vez más enconadas, y todo el margen de movimiento es a lo largo de una recta trazada sin ver toda la complejidad que está detrás. Y mientras discutimos sesudamente si Merkel quiere implantar el III Reich por medios económicos o si se romperá el euro, la realidad es que cada día somos más pobres, irremisiblemente, y sin darnos cuenta de ello. Y mientras soñamos con un crecimiento y una riqueza que no han de volver nos vamos hundiendo cada día más en la nueva miseria que se viene.

Salu2,
AMT

lunes, 18 de junio de 2012

Técnicas para el aprovechamiento de la biomasa

 
Queridos lectores,

Me voy de viaje unos días y estoy bastante enfrascado con los preparativos. Luis Cosin, una vez más, se ha ofrecido amablemente a escribir un breve post para el comienzo de esta semana, sobre un tema que los lectores han solicitado recurrentemente: el de la biomasa. El post de hoy toca sólo las cuestiones técnicas relacionadas con su aprovechamiento para el transporte y la generación de electricidad. Particularmente interesante es la aplicación directa para el transporte (yo hace tiempo que tengo hablado con un amigo de montar un troncomóvil).

Les dejo con Luis. Yo ya les contaré cómo me ha ido mi viaje cuando vuelva de allí... de Grecia.

Salu2,
AMT

Biomasa para el transporte y la generación de electricidad
 

La gasificación


La tecnología de gasificación es ya un viejo conocido, pero vuelve a estar de actualidad por la crisis energética a la que nos enfrentamos.

Conceptualmente, es un proceso muy simple. Consiste en obtener una mezcla de gases combustibles (lo que se conoce genéricamente como “gas pobre”) a partir de materia orgánica, es decir, biomasa, mediante la combustión parcial de la misma a altas temperaturas, entre 700 y 1.200 ºC.

Este proceso genera tres tipos de gases combustibles:

  • Principalmente monóxido de cabono (CO)
  • y, si se añade vapor de agua, hidrógeno gaseoso (H2) y metano (CH4)

Que se utilizan para alimentar un motor de combustión convencional o una turbina.

CxHyOz + n H2O (vapor) + m O2 ->
p CO2 (no combustible) + q CO + r H2 + s CH4 (combustibles)

La proporción de Carbono que se convierte en CO2 es la que aporta la energía de reacción y la combustión incompleta es lo que permite que se generen gases que aun son combustibles.

Por razones termodinámicas, la reacción debe llevarse a cabo a altas temperaturas (superiores a los 700ºC) para que no se forme agua (H2O) y sí hidrógeno gas. A temperaturas inferiores, se formaría fundamentalmente agua, CO2 y carbón sólido, con un rendimiento muy inferior en gases combustibles.

La mezcla de gases generada depende de la materia prima y el proceso seguido. Son fuentes adecuadas: madera y serrín, paja, basura orgánica secada y triturada, restos animales ...etc.

Fue el ingeniero químico francés Georges Christian Peter Imbert, quien perfeccionó la técnica para obtener gas combustible a partir de madera hacia 1.920, con un éxito notable, sobre todo a partir de 1.930. En épocas de escasez de gasolinas y gasóleos, los automóviles podían llevar acoplado un pequeño gasificador (conocido como “gasógeno”) cuyos gases se mezclaban con la gasolina o el gasóleo y alimentaban el motor.



Llegó a usarse incluso en vehículos grandes, como tractores: Ara, Renault y Mac Cormick presentaron en abril de 1930 en el Salón de la Maquinaria Agrícola de París tractores con gasógenos para madera o carbón de madera.


El diseño del reactor es clave y debe ser adaptado a cada tipo de combustible. En general, los verticales (con inyección de vapor al fondo) son los más fiables.


Dentro del reactor, se distinguen varias zonas:

  • Secado, en la parte superior, con el calor que se genera en la parte inferior.
  • Pirólisis o rotura térmica de las moléculas orgánicas complejas, entre 300 y 500ºC, lo que genera parte del metano y el hidrógeno recuperados.
  • Reducción, con el hidrógeno procedente de la descomposición del vapor de agua inyectado por debajo y que genera metano.
  • Oxidación, donde la materia orgánica se combina con el oxígeno, generando CO2, H2O (agua), CO y el calor necesario para mantener la reacción. También se produce allí la pirólisis del agua (que genera H2).
  • Cenizas.

Los principales inconvenientes técnicos son:

  • La formación de gomas, resinas y carbones, que obstruyen los conductos
  • y la inestabilidad del proceso.

El uso de tecnología de lecho fluido con inyección de aire o vapor en el fondo, puede mejorar la predictibilidad y la estabilidad del mismo.

Teniendo en cuenta la heterogeneidad de la materia orgánica usada, es difícil conseguir reactores que puedan funcionar de forma fiable durante largo tiempo (sin operaciones de mantenimiento).

Además, los gases deben ser filtrados convenientemente si se quieren usar en un motor de combustión, ya que las partículas, los inquemados y los óxidos de azufre (toda materia orgánica tiene un cierto contenido en azufre) corroen y deterioran estos motores.

El gas puede ser tambien aprovechado en centrales de tipo GICC (central de Gasificación Integrada con Ciclo Combinado). Estas centrales pueden funcionar con gas natural, con carbón y con coque derivado del refino del petróleo, y son muy eficientes, por funcionar a altas temperaturas.

Un ejemplo de este tipo de centrales es la de Puertollano, de Elcogas, que produce energía eléctrica a partir de biomasa y es pionera en aspectos de rendimiento. En ella, actualmente utilizan harinas de origen animal, pero se pueden utilizar cultivos energéticos, madera provenientes de talas y podas, vísceras de animales, grasas de pescado, etc.

Ventajas:

  • Se integran bien en una explotación agrícola-ganadera y dan una vía de salida ecológica y rentable para los residuos, ya que permite valorizarlos.
  • Es un procedimiento de generación de energía a pequeña escala y local (sin necesidad de trasladar los combustibles a grandes distancias).
  • En automóviles, puede reducir (aunque no eliminar completamente!) el consumo de combustibles fósiles.
  • La adaptación de los motores convencionales para el uso de gasógeno es relativamente sencilla.
  • La tecnología es sencilla y bien conocida.
  • La biomasa es abundante y en algunos casos (como los RSU), deshacerse de ella es un problema.

Inconvenientes:

  • En general, bajo poder calorífico por unidad de volumen de los gases de síntesis, lo que obliga, por ejemplo, al uso de turbocompresores.
  • El CO es un gas muy venenoso, que debe ser manipulado con cuidado extremo.
  • La heterogeneidad de la materia prima usada dificulta el diseño de reactores que funcionen en un abanico amplio de situaciones.
  • El mantenimiento frecuente es necesario.


Referencias:









 

jueves, 14 de junio de 2012

El mito del científico malvado



Queridos lectores,

Enlazando con un post anterior, querría discutir un aspecto de la cultura popular que nos es inculcado repetidamente desde los medios de comunicación y de los vehículos de entretenimiento: el del científico malvado. De nuevo puedo servirme de la serie "Phineas y Ferb" como un ejemplo de esa prefiguración de la realidad tan repetido, puesto que uno de los personajes clave en esta serie de dibujos animados es un científico malvado, el doctor Heinz Doofenschmirtz. El tipo es una sublimación del estereotipo de científico loco/científico malvado (esa frontera siempre ha sido difusa) que hemos visto en las películas, pero como la serie es para niños este científico malvado en particular tiene unos planes que son de una ridiculez subida. El Dr. Doofenschmirtz es un tipejo amargado, resentido con el mundo por culpa de una infancia desagradable trufada de escabrosos episodios a cual más patético; ya en la edad adulta, el tipo intenta vengarse de todo y de todos usando para ello un grado de ingenio y desenvolvimiento técnico que no desmerece al de los dos héroes de la serie, Phineas y Ferb. Afortunadamente, el tipo es un pringado de mucho cuidado y siempre la acaba fastidiando, en parte por su deseo de explicarle su malvadísimo plan a su némesis, el agente secreto Perry el Ornitorrinco.  El personaje de Doofenschmirtz es de hecho uno de los grandes hallazgos de la serie, y su deconstrucción del arquetipo, abundando en las contradicciones del clásico cliché de científico malvado, es divertidísima. Como queda claro en muchos episodios, en realidad el Dr. Doofenschmirtz espera que Perry le detenga y no poder llevar a cabo su malvado plan. Más aún, Doofenschmirtz es tan patético y su vida ha sido tan miserable que muchas veces es tierno, y uno puede llegar a identificarse con esa faceta de loser, de perdedor que tiene. Y si quiere profundizarse más en la dialéctica de los personajes, la lucha eterna entre Doofenschmirtz y Perry simboliza nuestra propia lucha interna, como adultos, entre infantiles ansias de venganza/vindicación (Doofenschmirtz) y la necesidad de ser responsable, adulto y paciente (Perry).

Pero yendo al tema del post, lo que resulta curioso es la repetición una vez más del cliché "científico malvado", aunque en este caso se trate con mucha ironía. A mi me resulta chocante lo repetido que está este estereotipo, sobre todo por lo muy alejado que está de la realidad que yo mismo como científico conozco (y que a mi modo de ver está mucho mejor reflejada en el ya gran clásico PhD Comics).


Y es que en realidad los científicos son tipos que se levantan de madrugada, como todo hijo de vecino, y van a su trabajo donde se tirarán muchas horas, como todo hijo de vecino. Trabajo que la mayoría del tiempo no tiene nada de emocionante, sino de repetición cuidadosa y sistemática de ciertas manipulaciones con resultados nada espectaculares - como el de todo hijo de vecino, vamos. Es un trabajo que requiere paciencia, meticulosidad y tiempo, mucho tiempo, y no pocas dosis de reflexión y de creatividad. Es un trabajo que no se acaba cuando sales por la puerta del laboratorio, sino que te sigue a todas partes; es un trabajo que te obsesiona y te absorbe, al que acabas dedicando días y noches y con el que continúas una vez en casa, "sólo una horita más" y a las 2 de la mañana decides que quizá deberías echar una cabezada, que mañana tendrías que madrugar para acabar aquel experimento. ¿Y total para qué?, se preguntarán ustedes. Pues para sacar un pequeño resultado novedoso, publicar un artículo con él, mostrarlo en un congreso y recibir un cierto reconocimiento de la pequeña comunidad sobre-especializada a la que uno pertenece dentro de todo el rebaño de la ciencia mundial. Todo lo cual está bien, pero en realidad uno hace este trabajo por el desafío intelectual, por el placer de descubrir algo más, por desvelar un enigma. Y los enigmas que uno va desvelando son tan nimios, son piezas tan pequeñas del gran rompecabezas de la ciencia, que resulta difícil explicar nuestro entusiasmo con ellos al lego, y ya no tanto por su complejidad técnica, sino porque se hace difícil hacer comprender cómo el nimio detalle al que el científico ha conseguido dar explicación tras meses de trabajo es tan emocionante. Porque lo es sólo para el científico. Aunque gracias al trabajo desinteresado de miles de científicos que como hormiguitas aportan su pequeño saber la ciencia humana continúa avanzando a un ritmo considerable.

Pero, no nos engañemos, en la sociedad pro-BAU en la que hasta ahora hemos vivido el científico es, socialmente, un loser, un perdedor. Un tío que realiza un trabajo gris y anónimo, feliz de poder hacer 50 y 60 horas semanales, siempre pensando en su trabajo, leyendo y estudiando fuera del laboratorio para aprovechar mejor el tiempo. Un pobre diablo que va empalmando contratos precarios, saltando de laboratorio en laboratorio al principio con el fin de formarse y ser más competitivo (para poder optar a becas y contratos públicos, que son duros de conseguir) y al final simplemente por no irse al paro. Un mindundi que se tira una década o dos cobrando salarios de mileurista o poco más, a pesar de su alta formación académica, sin soñar con tener un lugar estable donde asentarse y a veces ni siquiera una familia. Desde la perspectiva dominante de esta sociedad un tipo así debería ser un amargado y un resentido; pero para sorpresa de muchos no lo es porque le apasiona y ama lo que hace, porque sacrifica el bienestar material y la estabilidad laboral por la creatividad y el desafío intelectual que supone su trabajo. Por desgracia, el sistema ha sido desde siempre, y lo es más ahora, muy duro y golpea afuera a muchos buenos científicos, y a otros muchos se lo pone fácil para que se apeen de él. Si buscan un poco encontrarán  muchos ex-científicos que en un momento dado abandonaron una brillante pero poco reconocida carrera. Ésta exclusión forzada es lo más parecido a un agravio, algo que podría alimentar el resentimiento de estos profesiones. Pero se equivocan los que creen que eso es capaz de mover a nuestro esforzado y cabreado científico a una venganza horrible contra el mundo. En realidad estos profesionales no se vengan destruyendo el mundo (algo completamente fuera de su alcance, puesto que nuestra ciencia está lejos de ser tan poderosa como la gente se cree; y además tan infantil comportamiento es carente de interés para quien ha dedicado su vida al saber por el saber), sino que se "vengan" con despecho y de una manera muy original, imposible de entender para quien no frecuenta estos ambientes: la venganza consiste en abandonar completamente la ciencia. Lo cual, por cierto, en realidad sí que es un perjuicio para la sociedad mucho mayor que los ridículos planes de un desmesurado e ilusorio científico malvado.


Resulta también curioso que este cliché llega a estar tan asentado que muchas veces la gente responde con el adjetivo "malvado" cuando dices la palabra "científico" (como el inefable crosscountry que corretea por este blog, o los que acusan al peligroso lobby de los "calentólogos" - nombre despectivo con el que el lobby bien financiado de los negacionistas del cambio climático denominan a los científicos del clima). Resulta curioso este adoctrinamiento borreguil, porque si por algo no se ha caracterizado el colectivo de científicos es por ser malvado.


Piénsenlo un momento. ¿Cuántos hombres de estado malvados - no incompetentes o manipuladores, sino radicalmente perversos- conocen Vds.? Desde Calígula hasta Hitler, continuando por Stalin o Pol-Pot, pocos son los países que no tienen en su haber a un jefe de Estado o de Gobierno que fue un verdadero monstruo. Otro ejemplo: ¿Cuántos líderes económicos malvados serían capaces de citar? No quiero poner aquí nombres -los que me salen son muy actuales- pero seguro que a Vds. se les ocurrirán más de uno a poco que piensen. Y, por terminar, ¿cuántos científicos malvados recuerdan Vds.? Para empezar, casi la mitad de la población española no es capaz de citar ni un solo nombre de un científico relevante, así que como para encima restringir más la búsqueda y pedir que sea malvado...  A mí sólo se me ocurre el doctor Josef Mengele, aunque éste era probablemente malvado más bien por nazi que no por médico. No digo que no haya más; digo que sólo éste me viene a la cabeza. Es verdad que a veces se evoca como ejemplo de malos científicos o científicos perversos a los padres de la bomba atómica, pero resulta que si se investiga un poco se descubrirá que en el proyecto Manhattan participó gente con una biografía muy rica y mucho más compleja de lo que un burdo estereotipo puede abarcar: Enrico Fermi, Albert EinsteinRobert OppenheimerRichard Feynman... Si no saben nada de estas personas les recomiendo encarecidamente que lean sus biografías y juzguen Vds. mismos. Y no olviden que el que lanza la bomba no es el científico, sino el militar siguiendo órdenes de los políticos...

Todo esto no quiere decir que no haya científicos que sean malvados, como seguramente también haya panaderos malvados o carteros malvados. Pero lo que sí que está claro es que no es lo que abunda, y desde luego los que haya tienen bastante menos impacto sobre la sociedad que algunos psicópatas que nos han gobernado y que nos gobiernan. Y sin embargo el estereotipo no está tan implantado en el caso de los gobernantes o los banqueros, incluso ahora que la percepción social de ambos colectivos es mucho más negativa.



En el fondo, el recelo contra la ciencia bebe de fuentes muy antiguas, y en general de inspiración religiosa. Veamos algunos ejemplos. La manzana que comieron Adán y Eva venía del Árbol del Bien y el Mal, al cual a veces se le llama "El Árbol de la Ciencia". Prometeo roba el fuego (que simboliza la industriosidad) a los dioses para dárselo a los hombres, y los dioses envían a Pandora y su infausta caja para seducir a Epimeteo, hermano de Prometeo (al cual, por cierto, cuentan los mitos que después Zeus condenó a una horrible tortura: un águila le devoraría eternamente el hígado). La aversión a la ciencia, al conocimiento fundado (pero no al supersticioso, al religioso o al pensamiento mágico) está muy arraigado en la tradición judeo cristiana. Baste recordar la historia de la Torre de Babel, entre otras en la Biblia, o la persecución y  muerte a las "brujas" (generalmente mujeres que se ocupaban de necesidades sociales ignoradas por la sociedad masculina) hasta fechas no tan lejanas. En la literatura moderna el mejor ejemplo y un modelo que ha inspirado muchos posteriores es el mito de Frankenstein, que también bebe de la tradición judeo-cristiana (¡cómo osa el hombre creerse Dios y crear vida!).


Subyace en el fondo un deseo de controlar la ciencia, de que vaya por cauces controlados. Mientras la ciencia sea meramente técnica y favorecedora del BAU ("neutra", he llegado a oír a veces) es aceptable; cuando comienza a mostrar los límites de la Naturaleza y las limitaciones de nuestra técnica, entonces es sospechosa y digna de reprobación. Al final, lo que se pretende es atar en corto la ciencia y que esté al servicio de los intereses económicos. Al menos así me lo indica mi propia experiencia: en cierta ocasión hice una presentación en un entorno restringido de discusión, en el que también participaba el representante de un potente lobby. Tras mi presentación, en la que la industria a la que él representaba no salía bien parada -en realidad, no salía ninguna, pero dudo que él se diera cuenta de eso- me preguntó con qué derecho hablaba yo en nombre del CSIC. Le aclaré que yo no hablo en nombre del CSIC sino como investigador de esa institución, y que el CSIC no tiene una posición fijada sobre ningún tema, no marca unas directrices políticas de obligado cumplimiento a sus investigadores (Dios Santo, ¡sólo faltaría eso!). Mi respuesta no le dejó del todo satisfecho; seguramente pensaría que qué tipo de institución tan poco seria es el CSIC que no pauta una censura informativa conveniente.


En el fondo, no nos engañemos, no queremos que la ciencia nos muestre toda la verdad, sino la que nos guste. No sea caso de que aparezcan informes como éste recientemente aparecido en Nature donde se explica que estamos a punto de cambiar nuestro planeta de manera que podría volverse inhabitable. Y siguiendo la vieja práctica de matar al mensajero, cuando nos dicen lo que no queremos oír aducimos que lo que sucede es que los científicos son malos y nos quieren hacer la puñeta. Una reacción muy adulta, vamos.


Y en este contexto, la Secretaria de Estado de Investigación, nada menos que en un artículo en la prestigiosa revista científica Nature, y después de muchos circunloquios sobre la necesidad de la excelencia y de que la crisis puede ser una oportunidad, va y anuncia que en España sobran científicos... ¡Pobre España, triste e ignorante país! Aunque bien mirado esta posición del Gobierno español es lógica, hasta humanitaria: dado que somos malvados, pobres y pringados, lo mejor que nos puede pasar es que nos extingamos.


Salu2,
AMT